

Sobre la casa
I
En mi casa crecimos tres hermanas: Camila, Sofía y yo.
En mi casa hubo siempre cuatro cuartos:
Uno para cada una, y otro para mi mamá y Rubén.
(Y uno para Cristina, que casi nunca se cuenta).
Hoy solo hay dos girasoles en una de las habitaciones.
Dos girasoles, “uno por cada una”.
Falta uno porque falta una.
En ese cuarto creció la hermana que falta:
En el cuarto de la pared hundida, de la puerta que no cierra,
de las marcas de cuero.
Antes pensaba que no había forma de sacar los gritos de él.
Pero en ese cuarto entra más el sol
y cuando solo quedamos dos (flores) me mudé.
Pasé mi cama con su tendido blanco,
dejé mis libros, colgué una campana de viento
y detrás de la puerta rota puse un atrapasueños.
En él, mientras tomaba el sol,
sentí el horror que vivió mi hermana
cuando de mi ventana solo le llegaba el humo de cigarrillo.
Y supe, con los días, que su vergüenza y su culpa
eran iguales a las mías.
Tuvimos miedo. Y, las dos, juntas, crecimos.
(La tercera estaba echando raíces).
Mi casa siempre tuvo porcelanas,
cuadros de vírgenes que parecían embrujados,
rumores de gritos de niñas en las escaleras.
Hoy esta habitación tiene dos cuadros con perros
y una máscara maya que traje de Guatemala.
Los dos girasoles toman el sol mientras los miro.
Las paredes del cuarto de mi hermana
que ahora también es mi cuarto
me recuerdan
que todavía estamos vivas
y que la primavera solo puede llegar a tiempo.
II
Antes
en esta casa todo era blanco
Cuatro paredes blancas
cercaban cualquier habitación
de este espacio indivisible,
totalmente uniforme
El techo y el piso
también eran blancos
y las puertas del blanco de las puertas:
café madera
Antes
solo había arte religioso;
ángeles, vírgenes y cristos
decoraban las paredes;
todos los centros de mesa eran
prudentes, coleccionables, frágiles
caros
Antes
el único ruido permitido después de las nueve
era el silencio
Antes
ese paisaje monástico
intrusivo y obligatorio
no me parecía violento.
Hoy
cuando mis manos
llenas de pintura
caminan por la casa
a todas las horas del día
levantando
el miedo conocido
a respirar demasiado fuerte
me tengo que recordar
que ese escenario
hermético, ascético
ya no lo tengo que tener
tampoco
adentro.
III
En esta casa
(¿cuál casa?)
mi mamá
y
(¿y quién?
podría olvidar su nombre
e inventarme una casa
en la que viví otra infancia)
En esta casa
siempre hubo orquídeas.
Decían:
le dan vida.
(La casa era oscura)
Y cuando se les caían las flores iniciales
—las que traían del vivero—
les cortaban el tallo en el segundo nudo
y las ponían afuera
entre la pared y el carro.
Mi mamá
todos los días las visitaba
para rogarles que florecieran otra vez.
Él
todos los días hacía que el espacio
entre la pared y el carro
fuera menor.
Desde la ventana les gritaba:
¡Se pasmaron o qué!
En esta casa
siempre hubo orquídeas sin flores
y una piedra para macerar decorativa
al lado de la puerta.
IV
Él
hacía lo que hacía
y para nombrar
eso que hacía
hay varias palabras.
¡Chismosa!
¡Lengüisuelta!
¡Exagerada!
Desagradecida
Mañanas de angustia
Gritos y golpes
Régimen militar.
¡Autoindulgente!
¡Víctima!
¡Ridícula!
¡Inmadura!
Y por no utilizar
esas palabras
me quedé con
lágrimas
y lágrimas y
lágrimas y
lágrimas.
Océanos de lágrimas
no lloradas
Océanos de lágrimas
no lloradas
a tiempo.
Que no se vaya
Que no se vaya
Que no se vaya
Todo menos que se vaya
Todo menos que el dolor de que se vaya.
Todo menos que el dolor
de que mi mamá se vaya
por él
a buscarlo
a pedirle perdón.
¡Usted no es nadie sin mí!
¡La mando a matar
y me quedo con la casa!
¡Débiles!
¡Ingenuas!
¡Pobres!
Años y años de sufrimiento
Años y años
que siguen contando.
¿Cuántos más van a ser necesarios?
V
En las noches agitadas
para poder hablar con alguien
intentando no hacer ruido
para atrincherar mi corazón
veía las vetas de las tablas de mi cama
como a nubes
Esta parece
Un caballo
Esta
Alguien con dolor de cabeza
Mi mamá
que nunca tocaba la puerta
abría, miraba
y preguntaba:
¿Dónde está Mariana?