Hagamos lo que diga el corazón
Antes de escribir, ordeno.
Dicen que esta es una forma habitual de las mujeres de postergar la escritura, el acto creativo. De perder el foco. Pero decido no prestar atención. Sigo el susurro.
Tiendo la cama, abro las ventanas, despejo el escritorio, me siento. No me parece suficiente. Entonces me levanto y arreglo los muebles. Los cambio de lugar. Reorganizo mi habitación. Mis habitaciones. El baño. Pongo mis cosas en el cajón correcto. De la forma correcta. Y cuando todo queda en el lugar que le corresponde, vuelvo a mi escritorio.
Mi corazón sigue intranquilo.
No son los muebles que arreglé. Ni los cuadros.
Me susurra el corazón: Es el altar.
Tiene demasiadas cosas en exhibición. Hago una lista: 30 objetos. 30. Una hoja de yarumo decorada con lana, velas derretidas e intactas, un sobre de té rojo, postales de librerías y editoriales, fanzines hechos por niñxs, inciensos tibetanos y palo santo, piedras preciosas y regulares, las últimas cartas que me han escrito, un collar en forma de colibrí, un dibujo de un gigante encerrado en una cajita, un imán en forma de guitarra, una ollita marroquí, una réplica, una estatuilla indígena, un corazón de madera,... 30 objetos.
Me parece que mi energía creativa está desperdigada, como esos objetos, en 30 cosas distintas.
Mi altar creativo está atestado.
Recojo.
Los objetos de mi altar vienen de Colombia, Guatemala, Costa Rica, México, Argentina, Brasil, Ecuador, Italia, Austria, España, Grecia, Marruecos y Estados Unidos. Algunos los he hecho yo, otros los he coleccionado, y otros me los han regalado. Amo, a cada uno de esos 30 objetos, de forma total y completa. Pero mientras los tomo, uno a uno, entre mis manos, me siendo fragmentada, dispersa. Sin saber cuál es mi norte.
Entonces los depuro.
Guardo 25 de los 30.
Le agradezco a cada uno por sus historias, por sus procedencias.
Me siento injusta con muchos de ellos.
¿Cómo puedo estar guardando objetos que me recuerdan personas, lugares y experiencias que me dieron tanto?
Guardo los objetos en mi cajón de objetos importantes, mientras surge la intuición de que para tener una vida en orden, se necesita foco. No deshacerse. No botar. Solo escoger dónde guardar los tesoros como tesoros, y dónde exhibir la punta de la flecha: lo que nos atraviesa.
Antes de cerrar el cajón de los tesoros, veo una esquina de una postal que compré en Cali el año pasado, mientras paseaba con Juan Francisco por el taller de impresión de La Linterna. Desde que la vi, entre cientos de carteles, supe que esa era la que me quería llevar. Entonces compré una para mí y otra para mi hermana. Reconozco su textura de grabado artesanal. La saco. Dice: Hagamos lo que diga el corazón.
Me parece importante.
Algo que quisiera recordar todos los días.
Y se gana su lugar en la ahora corta y hermosa lista de los objetos de mi altar creativo.
Son 6: Una vela blanca, aromática, fundida con intenciones para el despertar de las palabras; una réplica de mi cuadro favorito de Klimt; una casa que pinté en el 2019 y que ahora alberga mis cristales pequeños y miniaturas preferidas; un librito que mi papá le hizo a mi mamá, abierto en la página que dice “Nota: Todo lo que realmente importa es muy sencillo siempre que haya AMOR”; una cerámica que hizo Ana María, con una serpiente, y un mensaje: “Confío en el misterio de la vida”; y la postal.
Se siente bien.
Me siento mejor.
Respiro en mi cuarto, en este estudio, en orden, y me siento presente. Estoy acá, en este momento. Estoy acá, con un corazón que habla y me recuerda que lo importante es sencillo, y que se puede confiar en las formas misteriosas de la vida. Que al orden también se llega, como la serpiente: en zig-zag: siguiendo los caminos curvos de la intuición.
Antes pensaba que mis rituales eran formas de procrastinar. Hoy siento que son formas de vivir.
Enciendo la vela.
Otra vez la incomodidad.
Me susurra el corazón: Es la agenda.
También tengo 30 cosas por hacer.
30 cosas, que son demasiadas cosas. Así que escojo dónde enfocarme. Reduzco mis intenciones a las justas, a las que más amo, a las que más me mueven.
Dentro de las cosas que me son más preciosas siempre encabeza la lista la escritura. Esta, que es para compartir, para pensar, para vivir. Esta, que es mi tesoro, mi conexión más pura con la vida. Entonces marco en mi calendario “Escribir un texto y publicarlo”, como una tarea semanal. Sagrada.
Escojo solo 5 más. Y las acomodo.
Miro a mi altar: Hagamos lo que diga el corazón.
Sigo el susurro.
Encuentro un lugar para guardar las palabras que me trajeron hasta este punto. Y otro lugar para mostrarlas. Para mostrar la punta de mi flecha: lo que me atraviesa.
Y llamo al perro para dar un paseo.
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